Mientras la izquierda está ofuscada buscando culpables de lo sucedido anoche en Andalucía entre los diferentes grupos discriminados que buscan su espacio en la lucha, el fascismo más descarado (el que no se oculta bajo una fachada de progresismo) ha entrado en las instituciones por la puerta de atrás.
Más de 400 mil andaluces han votado la legitimidad del racismo, del machismo, de la islamofobia y de la lgtbfobia. Como dato significativo, el 72% de los votantes de Vox son hombres blancos y el 95% cis heterosexuales, según un informe de Metroscopia.
La ideología racista y supremacista característica de Vox no ha aparecido de la nada. No ha surgido como consecuencia de la crisis en Cataluña ni del lenguaje inclusivo ni de la lucha por el reconocimiento de la diversidad. Siempre estuvo ahí, latente. Se nutre del racismo normalizado en la cultura imperante. Bebe de las diferentes violencias diarias que sufrimos la población gitana, afrodescendiente, musulmana y migrada. Y crece exponencialmente con las políticas paternalistas de inclusión realizadas por oenegés progitanas dirigidas por personas payas.
Cada vez que desde grupos de trabajo progresistas de izquierdas nos decís “ahora no es momento de hablar de lo vuestro” y nos desplazáis a un lado; cuando nos reprocháis “es que no os queréis integrar”; siempre que nos juzgáis antes de conocernos y nos denegáis ni tan siquiera una entrevista de trabajo; cuando se apluden películas y declaraciones en las que se nos retrata como culturas atrasadas, represivas e intolerantes; cuando se nos criminaliza y se nos tutela por las nuevas misioneras redentoras que han de rescatarnos; cuando desde los ayuntamientos del cambio nos segregan en barrios de la periferia y obligan a nuestros hijos e hijas a ir a escuelas gueto; cuando se confunde la libertad de expresión con la difusión de estereotipos negativos sobre gitanos desde un escenario; cuando los medios ofrecen titulares amarillistas, asociando la criminalidad con la migración y con los gitanos; cuando desoís nuestras reivindicaciones, silenciáis nuestras propuestas e invisibilizáis las violencias que sufrimos alimentáis al monstruo.
Los diferentes grupos antirracistas de este país lo venimos advirtiendo desde hace tiempo pero hemos estado prácticamente solos en la lucha contra el racismo. Ha tenido que llegar Vox con sus 12 escaños para que os diérais cuenta de lo profundamente racista que es la sociedad mayoritaria.
Pero aún estamos a tiempo de frenar el auge de la ideología que provoca miles de muertes año desde hace más de 5 siglos. Todavía podemos evitar que entren por la puerta grande en las elecciones generales. Es hora de revisarse las actitudes etnocéntricas. Organicémonos en los barrios, juntémonos en las asociaciones, escuchad a quienes llevamos toda la vida resistiendo los ataques de los racistas, apoyad nuestras movilizaciones. Ahora más que nunca es hora de tejer alianzas. El feminismo antirracista interseccional será el impulsor del cambio para una sociedad justa e igualitaria. Y en esto incluimos a hombres y mujeres. Nos va la vida en ello.